Las ojeras se adueñaron de su cara, maquillaje corrido, pálida y demasiado despeinada. Estaba semidesnuda en un territorio que no reconocía, ni siquiera recordaba cómo había llegado a semejante lugar. Una habitación de dos por dos con una ventana donde no llegaría ni que estuviese en punta de pies.
Su pansa crujía, el corazón latía rápido. Le dolían las articulaciones y el aire frió helaba sus huesos. De algún punto de su cabeza llovía sangre, dudaba que pudiera estar consiente muchos minutos más. El olor a tabaco, droga y alcohol predominaba en el ambiente, respirar cada vez se hacía más repugnante.
Cuchillas atravesaban su cabeza y el dolor viajaba por todo su cuerpo, las piernas no le respondían y eso hacía que se sintiese más aterrorizada aún. Gritó, pidiendo ayuda, pero nadie iba por ella. Lágrimas negras salían de sus ojos y morían en el suelo.
Cuando después de unos minutos se oyeron pasos y voces del otro lado de la puerta, la chica se arrastró a duras penas hacia el fondo de la habitación para ver a una sombra excesivamente negra que la apuntaba con un arma.
El grito de la joven murió en la noche, junto a ella.  

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